miércoles, 29 de mayo de 2013

Capítulo primero: Flash forward


Empecé a correr sin saber hacia dónde me dirigía. Esos malditos bastardos estaban por todas partes y solo tenían ojos para mí. Claro que era comprensible, al fin y al cabo yo era especial, yo era el único de todos ellos que aún respiraba.
Aunque yo era más rápido, ellos eran más, muchos más. Escapar no iba a resultarme fácil. Todos los portales estaban cerrados, tal vez, mejor que lo estuvieran, lo más probable era que esos edificios estuvieran plagados de monstruos también.
De repente fijé mi vista en un enorme Hummer al final de la calle con las siglas de la B.H.S.U. impresas en la puerta, que por si fuera poco, estaba abierta. Sin pensarlo dos veces, desenfundé el arco y me preparé para lo que pudiera surgir. Cuando llegué, un par de agentes especiales de la B.H.S.U. estaban esperándome. A mí o a cualquier ser humano al que aún le latiera el corazón. Rápidamente, tensé el arco y le disparé al más cercano en la cara. Estaba a menos de dos metros, era un tiro seguro.
Con el siguiente no me resultaría tan fácil. Lo tenía casi encima y no tenía tiempo para disparar el arco una segunda vez, así que antes de que el primero se desplomara en el suelo, le arranqué la flecha de la cara y la usé para ensartarle un ojo al que aún estaba en pie.
Miré en todas direcciones y no vi nada. Perfecto, así tendría tiempo de saquear los cuerpos. Los agentes especiales eran los únicos de toda la B.H.S.U. que llevaban Mágnum Desert Eagles. Eran tan potentes que con un poco de suerte podían eliminar a tres zombis de un solo disparo. Rebusqué en el primer cuerpo pero solo encontré la placa de identificación del agente y un par de cargadores sin usar. Hubiera preferido encontrar la pistola pero los cargadores también podrían serme útiles. En el caso de conseguir la pistola, claro. Me dirigí al segundo cuerpo esperando tener más suerte. De nuevo, su funda estaba vacía. Tenía tres cargadores en los bolsillos y su placa de identificación correspondiente, pero ni rastro de la dichosa pistola.
De repente, cuando me disponía a incorporarme, escuché un gorgoteo oclusivo detrás de mí. Era uno de ellos, no había duda. Desenvainé la katana y me levanté al mismo tiempo que daba un giro brusco, sin saber aún a qué distancia se encontraba el engendro exactamente. Antes de que tuviera tiempo de abalanzarse sobre mí, le asesté un golpe en el cráneo fulminándolo al instante. La katana se quedó atascada, así que tuve que poner el pie en el pecho del zombi para hacer palanca. Como si de una grotesca adaptación del rey Arturo se tratara, extraje la katana del cráneo del no muerto mientras borbotones de sangre coagulada salían de su frente corrupta. Ese cabrón había aparecido de la nada. Debía ser más cuidadoso en el futuro si no quería convertirme en una de esas cosas. Justo cuando iba a montarme en el coche, recordé que con el susto había olvidado cachear al último zombi…
-¿Llevas una pistola o es que te alegras de verme? – Le pregunté retóricamente.
En la cintura, bajo la chaqueta se podía distinguir un bulto. Probablemente era lo que andaba buscando. Abrí los botones de la chaqueta resistiendo las arcadas. Me resultaba difícil no mirar su cabeza, partida en dos como un melón. De pronto, algo llamó mi atención más que su cráneo. Ahí estaba, una magnífica Desert Eagle calibre .50 de color negro enfundada en su cinturón.
-¡Hoy es mi día de suerte! … si no fuera porque el planeta está lleno de zombis y yo estoy solo, rodeado de ellos.
Cogí la pistola con su funda, otros dos cargadores y su placa de identificación. Esta vez sí, limpié la hoja con el traje del agente, envainé la espada y me dirigí al coche contento por mi nueva adquisición. Me eché la pistola al cinto y me subí en el coche con mucho cuidado. Lo que menos me apetecía era encontrarme con otro zombi escondido en el asiento trasero preparado para darme una sorpresa. Por suerte el Humvee estaba vacío, en los asientos traseros tan solo quedaban algunos restos de sangre reseca. El vehículo tenía montada una torreta con una ametralladora pesada M-2 y una pala parecida a la de las máquinas quitanieves para apartar a los coches o a los zombis que se cruzaran en su camino, por cortesía de la unidad de desarrollo de la B.H.S.U.
Era hora de salir de ahí, ya había perdido bastante tiempo saqueando cadáveres y estaba seguro de que los infectados que me perseguían no tardarían en volver a encontrar el rastro.
-¿Cómo estos agentes habían podido transformarse? – No paraba de repetirme a mí mismo.
Pertenecían a una unidad especial con formación de combate, estaban montados en un vehículo blindado y tenían varias armas a su alcance. Además, no había ni rastro de refriega en el exterior del coche. Solo podía suponer que alguno de los tres contrajo la infección y no informó a sus compañeros. Se transformó en el interior del coche y atacó a los dos acompañantes.
Las llaves estaban puestas, las giré pero el coche no arrancó. Probablemente al salir corriendo del vehículo, se habían dejado el motor encendido y el tiempo había acabado con la gasolina del depósito. ¡Maldito idiota!, estaba perdiendo un tiempo precioso inspeccionando el coche y ni siquiera había comprobado si funcionaba. Bajé del vehículo como una bala. Sabía que el coche llevaba latas de gasolina para estos casos. Vi un par de ellas adosadas al maletero junto a una rueda de repuesto.  Probé suerte pero estaban completamente vacías. Estaba empezando a quedarme sin ideas.
De repente, apareció en mi mente la idea de que tal vez en el techo junto a la ametralladora podría quedar algo de gasolina. Me apoyé sobre la rueda de repuesto, subí con un impulso y… ¡Bingo! Ahí había otras dos latas de gasolina junto a un par de cajas de munición y por suerte éstas estaban llenas. Cogí una de ellas y la baje a toda prisa, abrí el tapón del depósito y vertí el contenido lo más rápido que pude. Volví a subir al coche y probé suerte. Un petardeo fugaz salió del Humvee. Puse la llave de nuevo en la posición original y volví a intentarlo. Esta vez el petardeo fue más prolongado, pero no conseguí encenderlo.
Antes de que pudiera intentarlo una tercera vez, vi asomar a uno de esos engendros al final de la calle. Al fin me habían encontrado.
Empezó a caminar torpemente hacia el coche y pronto le siguieron un par de docenas más. O me movía rápido o iba a servir de aperitivo a aquellos repugnantes bichos. Lo intenté por tercera vez pero fue en vano. Si no lo conseguía pronto, el motor se ahogaría y ya no habría nada que hacer. Si eso pasaba, no tendría más opción que subirme a la torreta y cargarme a tantos de esos zombis como pudiera.
Por suerte al cuarto intento y con el corazón a punto de salírseme por la boca, un enorme estruendo me indicó que el coche estaba listo para marcharse. Apreté el acelerador hasta el fondo y me dirigí directamente hacia ellos. La pala hizo su trabajo y los lanzó por los aires sin problemas. Miré hacia atrás por el retrovisor y vi que sólo un infectado había quedado en pie. Era una chica rubia de unos veinticinco años, con la boca llena de sangre fresca y uno de los brazos sosteniéndose únicamente por un par de tendones. Di marcha atrás y le pasé por encima sin miramientos. Después de todo, ese grupo acababa de matar a todos mis compañeros y creí conveniente darle las gracias de algún modo.
Cuando me disponía a salir al fin de ese maldito lugar, observé que uno de los zombis a los que había atropellado y lanzado por los aires estaba intentando levantarse con torpeza apoyándose sobre la pared. No pude evitarlo, la adrenalina y la furia me consumían por dentro. Bajé la ventanilla, desenfundé la Desert Eagle y disparé al cráneo de esa aberración mientras ésta clavaba sus ojos amenazantes sobre mí. Una bola de fuego salió del cañón y una explosión inundó la calle. La bala impactó en el cráneo, salpicando la pared con su masa encefálica. La mancha que dejó recordaba a uno de esos cuadros abstractos que antaño se exponían en los museos.
Subí la ventanilla y apreté el acelerador, aún tenía un largo camino por delante y no sabía si llegaría a mi destino.

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