miércoles, 29 de mayo de 2013

Capítulo tercero: Nos llegó el turno


Pocos días antes de que el virus llegara a España, Ana preparaba la maleta para ir con sus padres y su hermana a su pueblo de la infancia en Galicia. Yo debía acompañarla, pero por razones de trabajo tuve que quedarme en Barcelona un par de semanas más.
Ana subió al enorme Nissan Pathfinder de su padre, y los cuatro emprendieron las doce horas que les separaban de su destino, mientras ella se despedía por la ventanilla trasera haciéndome gestos con la mano.
Esa sería la última vez que la vería con vida.
Hacía cuatro días que Ana se había marchado con sus padres y la casa ya era un desastre. Definitivamente la vida de soltero no me hacia bien. Había refrescos y cervezas a medio beber en buena parte del salón, las cartas y las fichas de póker cubrían la mesa del comedor y la pica de la cocina estaba desbordada por los utensilios usados el día anterior para la cena. Dejé todo como estaba y salí al jardín. Albert estaba tumbado en la hamaca leyendo uno de mis libros. Albert era un chico delgado, no muy alto, de cabello emmarañado negro azabache y ojos verdes. La noche anterior, después de la pequeña fiesta de solteros que nos habíamos pegado, había bebido demasiado para conducir y se había quedado a dormir en mi casa. Albert era mi socio y trabajábamos juntos en una empresa de publicidad y marketing. Los dos nos habíamos tenido que enfrentar al mismo dilema. Su novia también se había ido de vacaciones mientras él se quedaba aquí conmigo para cerrar un trato con una conocida empresa de deportes.
-Tú, pedazo de cerdo, si te has levantado primero podías haber empezado a recoger un poco. Otro día más y viviremos en una auténtica pocilga. –Le espeté molesto.
-Lo siento, es que he cogido un libro para despejarme un poco antes de empezar a limpiar y me he entretenido.
-¿Qué lees?
-Uhm déjame ver… El juego de Ender.
-Ah y ¿te gusta?- Pregunté con amabilidad.
-Pues sí, está bastante bien-Dijo él más relajado.
-Me alegro, ahora levanta el culo y vamos a dejar esto en condiciones.
Recogimos la casa como pudimos, y a media tarde decidimos ir a tomar algo con Roger a un bar cercano. Roger era uno de nuestros mejores amigos, y desde hacía unos meses trabajaba como conductor de ambulancias en el SEM (servicio de Emergencias Médicas). Ese día Roger parecía más nervioso de lo normal, no hicieron falta ni cinco minutos para saber el porqué.
-¿Has salvado muchas vidas hoy?-Preguntó Albert.
-La verdad es que no, no ha llegado ni uno vivo al hospital. –Dijo Roger resignado.
-¿Hay alguna novedad acerca del virus?- Pregunté yo.
-Lo cierto es que creo que ya está aquí, al menos los patrones coinciden con lo que han dicho por la televisión. Al parecer, unos compañeros recibieron ayer de madrugada un aviso de pelea en vía pública con heridos. Cuando llegaron se encontraron con una estampa propia de una película de terror. Un tío en el suelo sangrando por el cuello, y otro muy alterado, esposado y tumbado boca abajo con la boca llena de sangre y completamente ido. Por lo visto, varios testigos afirmaban haber visto al tipo ahora esposado lanzándose sobre el otro sin mediar palabra y empezar a morderle el cuello sin miramientos. La policía había llegado poco después del incidente y habían reducido al sujeto, no sin antes llevarse un par de mordiscos superficiales cada uno. Hasta ahí todo más o menos normal.
-¿Normal?- Preguntó Albert atónito.
-En el turno de noche se ven muchas cosas raras, macho. Pero espera, lo realmente curioso llega ahora. El individuo tumbado en el suelo estaba completamente muerto cuando llegaron mis compañeros. Con lo de la pelea entre los policías y el psicópata nadie se había preocupado de taponarle la herida y ahora éste yacía sobre un enorme charco de sangre. Mis compañeros no podían hacer gran cosa ya, salvo tapar el cadáver con una manta térmica y esperar a poder llevárselo una vez viniera el forense. Cuál fue su sorpresa al ver que al poco tiempo de taparlo, la sabana empezó a moverse. Al principio todos creían que era el viento, pero poco después, el tipo muerto se incorporó a duras penas con la manta aún cubriéndole la cabeza y parte del cuerpo. Un golpe de aire hizo volar la manta, y vieron al individuo pálido, con los ojos completamente blancos. Sin decir nada, el tipo se dirigió torpemente hacia una de las chicas que había sido testigo de la agresión, y se abalanzó sobre ella haciéndole caer y dándole un mordisco en el muslo. Los dos policías atónitos, se dispusieron a entrar en acción nuevamente, pero esta vez sacaron las armas. Desde luego no es el procedimiento común, pero estarían acojonados igual que el resto, ¿quién puede culparles?. El tipo se levantó de nuevo torpemente, y empezó a caminar hacia los polis. Por lo que me contaron, le dieron la orden de detenerse más de dos y de tres veces. El tipo no parecía estar demasiado por la labor así que apuntaron al pecho y dispararon un tiro cada uno. El tipo retrocedió un par de pasos, pero no cayó, siguió caminando como si tal cosa, así que en vista del éxito los policías decidieron dispararle algunos tiros más. El dato más curioso es que necesitaron más de ocho balas para abatirlo por completo. A todo esto, y sin que nadie se percatara del hecho, el otro tipo esposado había conseguido arrastrarse hasta llegar a los polis y morder el tobillo de uno de ellos. Con un acto reflejo, el compañero pisó la cabeza del detenido y esparció los sesos allí mismo.
Durante toda la última parte de la historia, Albert y yo habíamos permanecido boquiabiertos escuchando el escalofriante relato propio de Hollywood sin poder mover un músculo. Debía preguntarlo, necesitaba saber.
-¿Qué ha pasado con los heridos?- Pregunté embobado.
-Todo eran heridas superficiales, los compañeros del SEM les curaron y les mandaron a casa.
-¿De verdad quieres que nos creamos esa historia? –Preguntó un escéptico Albert.
-No miento, esta vez no, esperad, voy a cambiar de canal.
Roger caminó hasta el mostrador y le pidió al camarero –con el que ya teníamos cierta confianza previa- que le prestara el mando de la televisión. Apuntó hacia ella y cambió de canal. Era casi la hora, pero el telenoticias aún no había comenzado en ningún canal. Buscó entre algunos y al final consiguió sintonizar la CNN+. Tuvimos que esperar unos agonizantes diez minutos hasta que comentaran el suceso, a grandes rasgos, tal y como él lo había contado.
-¿Pero entonces, este virus convierte a la gente en una especie de zombis?- Le pregunté sin saber ya que pensar.
-Pues eso parece. De todas formas, en el hipotético caso de que el tío estuviera vivo, con esa herida en el cuello nadie habría podido ponerse de pie y atacar al primero que pillara. Me suena a aquello de los dos pilotos caníbales de hace unas semanas.
-Ahora que lo dices tienes razón. ¿No te vas a pedir una excedencia o algo? –Le preguntó Albert ahora más confiado.
-¿Estas de broma? Tengo que pagar el nuevo motor del coche y me cuesta tres mil euros.
-Bueno Ruchi, yo que tú me lo tomaría con calma, no me gustaría que uno de mis amigos se convirtiera en eso. –Le dije yo un tanto preocupado.
-Tranquilos que si veo a alguno de esos bichos lo primero que voy a hacer es ponerme a correr.
Salimos del bar y nos fuimos a nuestras respectivas casas. Llamé a Ana preocupado y le conté lo ocurrido, al parecer ella también había visto las noticias. Parecía no haber duda, ese extraño virus había llegado a nuestras fronteras.
Me levanté a la mañana siguiente y lo primero que hice fue mirar la televisión. Como suponía, el virus había cobrado total y absoluto protagonismo de la noche a la mañana. Una cosa eran unos cuantos casos aislados en la otra parte del charco, y otra muy distinta, que afectara directamente a nuestro país. Las noticias acerca del virus pasaron de un pequeño espacio de un par de minutos en el telediario, a ocupar la mayor parte de la franja horaria en todos los canales. Al parecer, ya se habían dado casos en Alemania, China, Japón, India, Sudáfrica, Francia e Italia. En nuestro país, Barcelona no era ya la única afectada por el virus. Aún estaba por confirmar, pero parecían haberse dado casos en Madrid, León, Valencia y Murcia.
Estados Unidos, que había sido el primer país en ver aparecer la infección –se había confirmado que el patrón era igual al de los dos pilotos caníbales- había experimentado ya el siguiente paso de ésta. Cada vez había más videos donde aparecían imágenes relacionadas con la enfermedad. En ellos se podían apreciar a soldados equipados con trajes bacteriológicos amordazando y arrestando a los infectados con precaución. Según explicaban varios responsables del gobierno, se estaba procediendo al aislamiento de los pacientes en salas de cuarentena -en aquellos tiempos aún no sabían que la mejor medicina para esos seres era una bala en la cabeza-. Nadie tenía demasiada información hasta la fecha, o si la tenían, no soltaban prenda.
Tan solo un par de días después, con todos los casos en España confirmados y videos de ataques masivos en todo el mundo circulando por la red, la OMS decidió dar la voz de alarma y calificarla como pandemia mundial. Con su aparición, la OMS desveló los misterios y características del virus, o al menos, los más obvios. Después de algunos estudios, se había confirmado que se transmitía exclusivamente por los fluidos y no por el aire como algunos medios dejaban entrever. El tiempo de incubación variaba dependiendo del canal de contagio. La manera más rápida de infección era a la vez la más habitual. La mordedura. También era especialmente relevante el lugar de ésta. Un mordisco letal en el cuello provocaba la infección del paciente en pocos segundos y su posterior reanimación, mientras que una herida superficial en las extremidades, podía dar a los infectados varios días sin ningún síntoma. La pregunta clave y más escalofriante también quedó desvelada. Sí, estaban muertos.
A partir de este punto el pánico cundió en todo el mundo. Los disturbios mundiales despertaron en prácticamente todos los puntos del planeta. Desde manifestaciones pacificas a las más brutales protestas con cócteles molotov y vehículos ardiendo en mitad de la calle. Al final parecía que este nuevo virus nada iba a tener que ver con la gripe A o el síndrome de las vacas locas. Después de la comparecencia llamé a Ana, esta vez mucho más preocupado que de costumbre.
-¿Has visto lo de la OMS?-Le pregunté inquieto.
- Sí –Me respondió ella lacónicamente.
-¿Qué vamos a hacer?
-De momento no ha habido ningún caso por aquí, podrías venirte.
-No creo que un pueblo alejado de la mano de Dios sea la solución.
-Tampoco las afueras de una gran ciudad. –Dijo ella elevando el sonido de la voz.
-Mira hagamos una cosa –Dije intentando destensar la situación. – Esperemos un poco más, al fin y al cabo por aquí solo hemos tenido un par de casos, es muy improbable que vaya a encontrarme con alguno de ellos. Si las cosas no se solucionan ya estudiaremos las posibilidades, dame solo un día, tengo que acabar de cerrar el trato con los japoneses si es que el mundo no se viene abajo antes.
-Está bien, pero ten cuidado. Buenas noches, Te quiero.
-Y yo a tí.

Era el día de la gran presentación a la firma. Recogí a Albert y nos dirigimos -no sin una angustiosa sensación en la boca del estomago- al despacho en mi coche. La ciudad parecía más vacía de lo normal, sobretodo de transeúntes. Recorrimos la calle Aragón y giramos por Ramblas. Dejamos el coche en un parking cercano y  subimos a nuestro pequeño despacho. Cuando las puertas del ascensor se abrieron pudimos ver a Verónica, la secretaria, detrás de su mostrador de aluminio plateado con cara de preocupación. Nos acercamos a ella y le preguntamos qué pasaba.
-Me temo que sólo se han presentado tres de los cinco representantes.
-Vaya, parece que la gente se lo ha tomado en serio. No te preocupes, con tres será suficiente, van a darnos el proyecto sí o sí.
-No es eso lo que me preocupa.
-¿Entonces? – Le preguntó Albert, que se había negado a ponerse traje y vestía un tejano con camisa blanca y zapatos negros.
-Mi novio, llevo llamándole desde ayer por la noche y no lo coge.
-Si te vas a sentir más tranquila, ve a verle, ya cerraremos nosotros, en vista del éxito, después de la presentación teníamos pensado cerrar.
-¿De verdad? Muchas gracias, mañana estaré aquí sin falta, lo prometo.
-No te preocupes y vete.
Entramos en la sala de reuniones y allí nos estaban esperando los representantes, para variar, con cara de preocupación. Bordamos la exposición, pero ellos no parecían estar demasiado por la labor. Al acabar la presentación nos despedimos y desaparecieron como alma que lleva el diablo. Definitivamente ese iba a ser un mal mes para los negocios.
Salimos del parking y nos dirigimos a una cafeteria de la Diagonal. Nos sentamos en la terraza y tomamos un café mientras nos lamentábamos de nuestros problemas económicos. Ese nuevo trato con los japoneses iba a suponer nuestra ampliación al mercado internacional, pero en vista de lo acontecido, era obvio que nuestro desarrollo se iba a posponer más de la cuenta.
Nos disponíamos a volver a nuestras respectivas casas después de un día desafortunado cuando de repente vimos a un hombre en la otra acera que nos llamó la atención. Deambulaba de un lado a otro, por lo que pensamos que llevaría un brick de vino barato de más. Una madre con su hija que caminaban en dirección contraria, decidieron cederle el paso para evitar problemas observando lo mismo que nosotros, pero de repente, el hombre se aproximó a ellas y agarró a la niña por el brazo sin ninguna explicación. La madre sujeto el otro brazo de la niña y los dos comenzaron un tira y afloja entre gritos de la madre, llantos de la hija y berridos ininteligibles del individuo.
Hasta ese momento no me había percatado de que éramos las dos únicas personas sentadas fuera, y en la calle tampoco parecía pasear nadie, ni en un sentido, ni en otro. Me levanté de la silla de aluminio con un acto reflejo y crucé la Diagonal para llegar hasta la acera de enfrente lo más rápido posible. Pasados unos segundos, Albert reaccionó y me siguió. Los coches pasaban fugazmente delante y detrás de mí, pero conseguí sortearlos con habilidad, y por qué no decirlo, también con algo de suerte. Giré la cabeza y vi como mi apurado amigo cruzaba con éxito la calle también. Me dirigí directamente hacia el individuo y le propiné un empujón, arrinconándolo en el suelo. Éste levantó la mirada, hasta ahora tapada por una gorra azul y granate del equipo de fútbol local y me mostró su blanquecina mirada y su pálido rostro añil. Había visto demasiados casos en televisión para no reconocer a uno de ellos. Antes de que ninguno de los presentes pudiéramos reaccionar, el zombi alargó el brazo y arrebató a la niña de las temblorosas manos de su madre, fundiéndose con ella en un macabro abrazo mortal. El zombi ya había desgarrado la garganta de la niña con un certero mordisco, y ahora ésta se desangraba sin emitir sonido alguno. Sabía que para la niña no había redención posible, y si nos quedábamos mucho tiempo ahí, tampoco la abría para nosotros. Una sola dentellada de ese bicho en cualquier parte de nuestro cuerpo, y ya estaríamos condenados como ella. Cogí la mano de la madre y la arrastré contra su voluntad fuera del alcance de aquel engendro, pero ella consiguió zafarse a los pocos metros y volver con su pequeña. Volví a por ella y la agarré de nuevo, pero se giró y me golpeó en la mejilla con una bofetada. Después volvió a fijar su ira sobre el macabro asesino y le golpeó varias veces con su puño a la vez que intentaba arrebatarle a su presa ya muerta. Con los dos primeros impactos el zombi no pareció inmutarse, pero al tercero, alcanzó la mano de la mujer con una diestra dentellada. Era como un perro rabioso defendiendo su comida ante los demás depredadores. No había vuelta atrás, La madre ya estaba infectada. Asustada, se giró hacia mí con cara de pánico sugiriéndome con la mirada que esta vez sí, la rescatara. Por mi parte sólo encontró un rápido sprint hasta alcanzar a Albert, que permanecía a tan solo unos metros de mí. Sabía perfectamente que ahora la mujer estaba perdida, y ya nadie podía hacer nada por ella. La mujer dándose cuenta de que ahora estaba sola, se giró de nuevo y volvió a golpear al agresor, mientras nosotros desaparecíamos de allí a toda velocidad.
A partir de ese momento mi mentalidad con respecto al virus cambió por completo. Albert y yo llamamos a la policía y nos marchamos lo más lejos posible del escenario pese a las sujerencias de que nos quedaramos cerca caomo testigos. Volvimos al coche y nos sentamos temblorosos y estupefactos. Empecé a hablar, pero mi voz se entrecortaba, el pecho se compungía, y mis palabras eran casi tan ininteligibles como los gemidos que habíamos escuchado minutos antes. Un escalofrio y un picor en la parte superior de las mejillas me invadia.  Respiré hondo, tomando una larga bocanada de aire y luego lo intente de nuevo.
-¿Pero... qué coño ha pasado ahí detrás? –Pregunté a Albert esperando una respuesta basada en la lógica que nos sacara de nuestro trance.
-Nnnno tengo ni puta idea… - Respondió él todavía en shock.
Como de costumbre, me tocaba a mí tomar las decisiones. Desde que éramos pequeños yo era el que llevaba la voz cantante. Albert siempre se limitaba a obedecer. Si hubiera sido por él, ese día nos hubiéramos quedado en el coche hasta bien entrada la madrugada.
-Te diré lo que haremos. Vamos a ir a conseguir algunas reservas. Yo personalmente creo que voy a ir con Ana a su pueblo. ¿Dónde decías que estaba Carlota?
-En Formentera, debería llegar pasado mañana.
-Si quieres la esperaremos e iremos todos, quedarse en la ciudad es un suicidio.
-Como quieras.
-Entonces pongámonos en marcha, el tiempo no es una ventaja de la que dispongamos.
Encendimos el coche y nos dirigimos al centro comercial más cercano.

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