lunes, 3 de junio de 2013

Capítulo décimo: Nada dura para siempre


Dos semanas, eso es todo lo que duraron las lamentosas provisiones que había encontrado en casa de los japoneses; y por si fuera poco no había podido contactar con Albert en los últimos dos días. Estaba harto de la espera, empezaba a sufrir de claustrofobia crónica pero aún así no me planteaba salir fuera. Había visto de lo que esas criaturas eran capaces, parecían lentas pero cuando tenían una presa a su alcance no dudaban en lanzarse al vacío para atraparla. Me tumbé en el sofá y miré al techo; eso es todo lo que podía hacer, esperar. Después de veinte minutos de pasmosa apatía el walkie sonó al fin.
-¿Me recibes? ¡Necesito tu ayuda, por el amor de Dios que lo tenga encendido!
Era Albert y su voz parecía extrañamente clara.
-Sí, aquí estoy, dime. –Le dije yo nervioso.
-¡Vas a tener que abrirme!
-¿Abrirte el qué? –Le pregunté yo sin saber a qué narices se refería.
-¡¿A ti que te parece?! ¡Pues las puertas de tu casa, estoy corriendo hacia aquí! –Dijo él con una mezcla de suspiros, ironía y rabia.
-¡Joder, espero que no sea una puta broma!
-No lo es, estoy como mucho a dos minutos de allí.
La tensión volvió a surgir después de dos semanas de completa desidia y mi cuerpo comenzó a liberar adrenalina de nuevo. Respiré hondo como solía hacer y traté de urdir un plan improvisado para salvar a mi amigo de una muerte segura.
-Vale está bien, necesito que saltes la puerta de acceso al jardín de mis vecinos y subas las escaleras exteriores que van al primer piso, yo te estaré esperando allí. –Le dije mientras empezaba a bajar las escaleras.
-¿Estás seguro de eso? –Preguntó él, no muy convencido de mi plan.
-No, pero es lo mejor que se me ocurre, tú hazlo.
Después de coger el puente provisional de asedio del garaje subí hasta mi habitación golpeando todas las paredes de la casa, lo coloqué entre la barandilla y la cornisa, y crucé al otro lado. Para entonces Albert ya saltaba por encima de la pequeña puerta de acceso alertando a todos los zombis de la zona y comenzaba a subir las escaleras que separaban la primera planta de la altura de la calle. Cuando por fin llegué a las escaleras que daban acceso a la primera planta, unos golpes comenzaron a sonar en el otro lado.
-¡Ábreme de una puta vez! – Gritaba mi acojonado amigo.
-Voy, pero cállate o de poco servirá que te abra – Le susurraba yo desde el otro lado al tiempo que giraba la maneta.
-¡Ya, es fácil decirlo, como tú no estás en este lado! –Me recriminó él.
-¡Ups!- Exclamé yo en voz baja.
-¿Ups qué? –Preguntó él, que había conseguido oírme.
Al parecer la puerta estaba cerrada con llave y la llave probablemente estuviera en el bolsillo de mi vecino zombi vete tú a saber dónde. Rápidamente, levanté una de las persianas cercanas y abrí la ventana para que Albert pudiera saltar. Sin pensarlo dos veces se coló dentro topándose de bruces contra una enorme alfombra que allí había. Le ayudé a levantarse, cerré de nuevo la ventana y bajé la persiana al tiempo que los primeros zombis se deslizaban por la puerta de entrada al jardín subiendose unos encima de otros como si fueran un maldito grupo de fans en un concierto de Justin Beaber. Subimos al cuarto de baño y cruzamos el puente que daba acceso a mi refugio mientras decenas de blanquecinos ojos nos miraban deseosos de jugosa carne fresca. Saqué la pesada escalera de la repisa y la apoyé sobre el tejado. Lo aseguré todo y Albert se lanzó exhausto sobre mi cama.
-Vale, ahora cuéntame que cojones ha pasado.
-He tenido que salir de mi casa corriendo.- Me explicaba él entre bocanada y bocanada.
-¿Y tu madre, y tu hermano?
-¡Muertos, los dos están muertos! –Dijo él esta vez arrancando a llorar.
La tensión del momento había hecho que sustituyera las lágrimas por adrenalina, pero ahora que estaba a salvo podía permitirse llorar al fin.
-Tranquilo, tómate tu tiempo, cuando estés listo estaré abajo.
Después de casi una hora bajó, esta vez visiblemente más tranquilo.
-¿Que tal estás? –Le pregunté.
-Bien, dentro de lo que cabe, claro está. –Dijo él esbozando una leve sonrisa.
-¿Quieres contármelo?
-No lo sé, sí, tal vez hablar de ello me ayude. Verás, todo se torció con la segunda incursión de Lucas. En la primera casa en la que entramos no había nadie, todo fue muy fácil, cogimos bastante comida y nos volvimos a colar de un salto de nuevo en casa. Había comida de sobra para dos meses si la administrábamos bien, pero a las dos semanas mi hermano insistió en ir a buscar comida de nuevo. Yo me negué, alegando que tal vez en dos semanas la cosa cambiaria y no tendríamos que correr el riesgo, así que una noche decidió ir sin mi ayuda a la casa de otro vecino. Maldito niñato. Volvió de madrugada con una herida muy fea en el brazo. Yo ya sabía lo que pasaba pero mi madre no se quería hacer a la idea. En realidad ninguno de los tres tenía huevos a hacer lo que se debía. Esta mañana me he levantado entre los gritos de mi madre y los berridos de mi hermano. He bajado a su cuarto a ver qué pasaba, y he visto a mi hermano devorando a mi madre, ¡DEVORANDOLA JODER!
Sin pensarlo me he puesto a correr despavorido, he salido de casa con una mochila que tenía preparada en la puerta, y aquí estoy. Sé que ha sido una tontería, debería haberme quedado y haber matado a mi hermano, pero sabía que no iba a poder.
-Siempre has sido un blando –Le dije intentando animarle con un poco de humor negro.
-Cambiando de tema, ¿y ahora qué? –Me dijo él suspirante y aún con la cara enrojecida.
-Dímelo tú, eres el que ha corrido kilómetro y medio esquivando a esos bichos, por cierto, ¿dónde está tu arco?
-Entiende que no tuve tiempo de cogerlo… ni eso ni provisiones ni nada, solo tengo una mochila con algo de ropa y un par de linternas.
-Bueno, por armas no va a ser. He conseguido unas cuantas en mis incursiones.
-De ésta no me habías dicho nada. –Se acercó a la mesita de cristal donde estaban todas las armas expuestas y cogió la katana.
-¿Mola eh? Pues te jodes porque es para mí. Tú puedes quedarte con el pacificador, este cuchillo ensangrentado que ya se ha cobrado su primera víctima, y esta escopeta.
-Bueno gracias, supongo.
-Espero que sepas que tenemos un gran problema ahí fuera, esos cabrones nos han localizado y no tardarán en darse cuenta de que hay mejores formas de entrar en mi jardín que golpear un muro de robusta piedra. Bueno, de todas formas ya no me quedaba comida así que llevaba un par de días urdiendo un plan de fuga.
-¿Y cuál es? –Preguntó él aliviado.
-Pues aún no lo sé. Lo cierto es que las cosas están tan mal que no sé si hay alguna forma viable de salir de aquí sin que nos acaben devorando vivos.
-Debemos intentarlo, si no moriremos de hambre.
-Lo sé.

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