lunes, 3 de junio de 2013

Capítulo undécimo: Adiós hogar, ¡Adiós!



Un fuerte crujido de madera me despertó de la siesta pasado el medio día. Eran ellos, habían llegado. Me levanté de la cama de un salto y avisé a Albert, que ya se estaba vistiendo.
-Es hora de irnos, ¿no? –Me dijo él.
Volví a mi habitación y me enfundé el traje que tenía preparado de la otra vez; la chaqueta de moto, los tejanos, las botas y el casco. Bajé las escaleras detrás de Albert, cogimos las mochilas y las armas que teníamos preparadas y las cargamos en el coche. Era hora de abandonar el que había sido mi hogar durante toda la vida de forma prácticamente definitiva. Encendí el motor y Albert abrió la puerta de acceso al parking con cuidado. Atravesé el gran portón y Albert lo cerró de nuevo. Varios zombis expectantes nos esperaban detrás de las pequeñas puertas secundarias de entrada, eran las únicas que nos separaban de una muerte segura. Antes de que más de esos seres se congregaran fuera, aceleré al máximo y las arranqué de la pared llevándome al par de zombis detrás de ellas. Esquivamos el pequeño utilitario azul que bloqueaba parte del camino y continuamos nuestra acalorada huida. Llevábamos apenas un par de minutos cuando Albert me hizo parar.
-¡Frena!
Mi pie reaccionó y presionó el pedal izquierdo.
-¿Qué coño pasa ahora?
-Creo que he visto a alguien.
-Sí, creo que yo también, ¡estamos rodeados de ellos, se llaman zombis!
-No, quiero decir que me ha parecido ver a alguien vivo, da marcha atrás.
Retrocedí un par de metros con el coche y echamos un vistazo a una de las ventanas. Había una niña mirando impasible desde ella y no parecía estar infectada. Enseguida apareció detrás de ella una sombra y cerró las cortinas.
-Parece que no quieren venir.
-Deben estar asustados, no podemos dejarles aquí.
-¿Bromeas? Ojalá yo pudiera quedarme con ellos, si están aquí deben tener alimento. Los que estamos jodidos somos nosotros, ¡y ahora larguémonos antes de atraer a más zombis a la zona y ponerlos en peligro!
Aceleré nuevamente y proseguimos nuestro camino. Esa familia estaba más segura sin nosotros que con nosotros. De todas formas, me alivió pensar que no éramos los dos únicos supervivientes de la zona.
-¿Está bien, y ahora para donde narices vamos? –Pregunté sin saber muy bien cuál era el plan.
-No tenemos muchas opciones, yo intentaría llegar a la base civil de Barcelona.
-Es muy arriesgado, podía estar arrasada, ¡seguramente lleve semanas arrasada!
- ¿Y si no, se te ocurre algún otro sitio seguro? Habia pensado en perdernos por la montaña, pero un solo zombi podria acabar con nosotros si nos descuidaramos un instante.
-La verdad es que no creo que haya demasiados ya. Está bien, probaremos suerte, pero tendremos que ir por rutas secundarias y caminos de tierra, la autopista estará intransitable.
Nos pusimos en marcha y dejamos atrás la desolada urbanización y la entrada del peaje que daba acceso a la autopista. Los coches abandonados bloqueaban las vías de salida y unos cuantos zombis deambulaban o reptaban entre éstos de forma parsimoniosa. Llegamos al centro del pueblo y subimos por una pequeña callejuela que conducía a un descuidado camino de tierra. El espectáculo por aquella zona no era mucho mejor; un edificio de pocas plantas había ardido hasta los cimientos y se había colapsado semanas atrás, coches desvalijados y siniestrados ocupaban los arcenes de las calles y más de medio bosque cercano al pueblo había ardido dejando tan solo los esqueletos oscurecidos de los arboles.
Por suerte conocíamos bien esos caminos porque cuando éramos más jóvenes casi todos los domingos solíamos salir a pasear con nuestras motos de montaña. Después de poco más de diez minutos conseguimos bordear el pueblo de al lado paralelos a la autopista, parecía ser bastante seguro pese a tener a cientos de zombis a menos de cincuenta metros. Un pequeño montículo separaba nuestro camino de la autopista, y aunque un humano no hubiera tenido problemas en subirlo escalando, los zombis no parecían tener una psicomotricidad tan avanzada.
-¿Y donde dices que está esa base? –Le pregunté aún escéptico.
-Cerca de la base militar de la B.H.S.U.
-¿Y donde narices está la base de la B.H.S.U.?
-En el antiguo centro comercial Gran vía 2 de Hospitalet por lo que tengo entendido. ¿Sabrás llegar?
-Ana y yo solíamos ir al cine casi todos los viernes allí, descuida, sabré llegar.
Después de tres agotadoras horas de polvorientos caminos estrechos dimos con una carretera de dos direcciones perfectamente asfaltada aunque abandonada a su suerte como el resto. Calculábamos que nos encontrábamos en la zona alta de Barcelona, por lo que bajar al centro de la ciudad no iba a ser una buena idea. Continuamos carretera arriba hasta dar con un reflectante cartel blanco. Si las indicaciones eran correctas, nos encontrábamos a menos de dos kilómetros del antiguo parque de atracciones del Tibidabo.
-Tal vez podríamos pasar allí la noche, empieza a atardecer.- Le dije a Albert.
-¿Crees que es una buena idea entrar en un parque de atracciones lúgubre y abandonado?
-Hombre, visto así pues no apetece, pero si está cerrado como supongo desde los primeros días de la infección debería ser un sitio seguro. Desde luego quedarse en este camino al aire libre no es una opción. Vamos, si lo vemos seguro entramos y si no nos largamos, así de simple.
-Está bien, probemos. –Dijo Albert a regañadientes.
Subimos la escarpada carretera hasta llegar a la cima. Además del parque de atracciones, la cima estaba culminada por una espectacular iglesia de piedra blanca adornada con la estatua de un Cristo abierto de manos en el tejado de ésta.
-Dónde estás ahora ¿eh? –Le pregunté con retórica desde el coche a la enorme estatua.
El parque estaba cerrado a cal y canto, una verja de sólidos barrotes se levantaba delante de nosotros. Bajé del coche y me acerqué con cuidado. Di un par de golpes con la empuñadura del rifle a los barrotes para comprobar que no quedaba nadie dentro y volví al coche. Esperamos más de veinte minutos, para entonces casi había anochecido por completo. Acercamos el coche a los barrotes y subimos encima de éste para poder atravesarlos con facilidad. Antes de que Albert pudiera cruzar al otro lado, un fuerte crujido metálico sonó a nuestras espaldas. De repente, un par de robustos hombres armados con escopetas de caza bajaron las escaleras de piedra que conducían al templo.
-¡Por aquí! –Susurró uno de ellos.
Todavía atónitos y sin pensarlo, bajamos del coche, cogimos nuestras escasas pertenencias y les seguimos. Subimos la escalinata y llegamos a una majestuosa cripta que precedía a la iglesia. Un hombre vestido con sotana nos esperaba al otro lado de la puerta junto a los dos individuos.
-¡Hijos míos, venid a refugiaros a la casa del señor! –Dijo el cura, con un susurro un tanto fantasmagórico dado la situación.
-¡Bueno, parece que te ha escuchado! –Dijo Albert sonriente refiriéndose a mi anterior comentario dirigido a la estatua de piedra.
Atravesamos las gruesas puertas de acero y entramos a la cripta. Era una sala repleta de columnas de áspera piedra con capiteles decorados y varias pinturas y relieves que adornaban las paredes con motivos religiosos. También había varios bancos de madera ahora vacíos.
-¿Sólo están ustedes aquí?- Preguntó Albert cortésmente.
-Antes de responder a vuestras preguntas debemos haceros nosotros algunas. –Respondió tajantemente uno de los corpulentos individuos.
-Me parece bien. –Dije yo intentándoles seguir el juego.
-¿Qué hacéis aquí? –Preguntó el otro tipo.
-Salimos de nuestro refugio esta mañana y dimos con la carretera del parque, pensamos que sería de los sitios más seguros para pasar la noche.-Dije yo.
-Pues os hubierais equivocado, hay varios impíos dentro. –Dijo el cura.
-¿impíos? –Preguntó Albert asombrado.
-Infectados.- Matizó uno de los escoltas.
-Debéis ser buenas personas si Dios no os ha castigado aún, está bien, podéis acceder a la iglesia. –Señaló el cura.
-Por cierto, antes de proseguir deberéis deponer las armas. –Dijo el escolta de su derecha.
-Claro, no hay ningún problema. –Expresé yo agradecido por vivir un día más.
Después de cederles nuestras armas, seguimos por un pasillo que accedía directamente a la iglesia. Los techos de ésta eran mucho más altos y la decoración mucho más sobria. La piedra era diferente también, más blanca y trabajada. El púlpito de oscuro mármol cubierto por una sábana blanca se situaba en el centro de la estancia y delante de éste había varios bancos de madera, éstos, con varias personas sentadas en ellos.
-Parecéis sorprendidos hijos míos. –Dijo el cura.
-No había visto a tanta gente junta desde antes de que todo se torciera. –Dije asombrado.
-Éste es mi rebaño, nos refugiamos aquí cuando el infierno invadió la Tierra. –Prosiguió el párroco.
-¿Y cómo pueden sobrevivir? –Preguntó Albert extrañado.
-El templo dispone de un pozo de agua que nos proporciona un suministro independiente, y gracias a las donaciones de nuestros feligreses hemos podido almacenar comida para por lo menos un año.  “Dios proveerá a los nobles de espíritu y puros de corazón”.
-En realidad padre, no somos muy devotos. –Respondí yo.
-Los caminos del señor son inescrutables. Él tiene un plan para cada uno, si os ha enviado a nosotros debe haber un motivo.
-¿Somos los únicos que hemos llegado hasta aquí?
-Hay respuestas que aún no estáis preparados para conocer, cuando estéis listos os lo haré saber. Permitidme que me presente, yo soy el padre Isaac y mis dos protectores son Carlos y Alfredo. Ahora vayamos  a conocer a los demás miembros del rebaño.
Caminamos hasta los bancos más cercanos al púlpito y allí conocimos al resto de los supervivientes. Todos sin excepción llevaban una cruz colgada del cuello. Uno de los dos robustos hombres que habían acompañado al párroco durante toda la visita nos ofreció un par de ellas para que nos las pusiéramos al cuello. Nos las colocamos sin hacer preguntas, después de todo, cualquier cosa era mejor que estar rodeados de zombis  –o eso pensábamos entonces-. Nuestras cruces estaban talladas en madera y la mía llevaba una pequeña y sospechosa mancha granate oscuro en la parte trasera. Después de eso, el cura y los dos hombres nos hicieron una pequeña ruta guiada por el interior de la iglesia. Al llegar a la cocina, decidimos hacer un alto.
-¿Disculpe, pero no hemos comido nada en todo el día, sería tan amable de darnos algo? –preguntó Albert.
-Tranquilo muchacho, pronto cenaremos. Sigamos la visita… –Respondió el párroco, concluyente.
Después de la cocina nos dirigimos a los dormitorios. Al parecer cada familia tenía una estancia para ella sola. A nosotros nos cedieron una habitación con dos camas muy cercana al del resto pero sin estar pegada a ellas. Dejamos las mochilas y seguimos hasta los baños. Una ducha no nos iba a venir nada mal. Desde que se fuera el suministro de agua en mi casa había tenido que apañarme con toallitas húmedas para mi higiene personal y a juzgar por mí olor corporal dejaban mucho que desear. Después de toda la visita turística nos dejaron a nuestras anchas. Volvimos al baño, nos dimos una ducha y nos cambiamos de ropa. Era un alivio no tener que llevar los guantes y la chaqueta de moto todo el rato. Una de las feligresas se acercó a nuestra habitación y nos informó de que la cena estaba servida. Había una gran mesa de madera que presidía el párroco, como de costumbre se sentaban al lado de éste sus dos guardaespaldas, Carlos y Alfredo y después el resto de la gente. Saludamos a todos los allí presentes y tomamos asiento. Antes de que Albert pudiera alcanzar un poco de ensalada, el párroco nos invitó a bendecir la mesa.
-Albert, adelante, bendice la mesa. –Le dije yo intentando escurrir el bulto.
-Estás seguro que no quieres hacerlo tú. –Respondió él nervioso.
-Sí, seguro, adelante bendice, bendice…
-Está bien. Gracias señor por los alimentos que vamos a tomar, bendice a esta gente para que no le ocurra nada y líbranos del mal que nos acecha en estos días extraños, amén.
-Amén. –Repitió el resto de la gente al unísono.
Por fin podíamos probar bocado. La mesa estaba formada sobre todo por comida precocinada, aunque también había algún guiso hecho sin duda de diversas latas de conservas combinadas. La cena terminó entre preguntas indiscretas y silencios incómodos y todos nos dirigimos a nuestras respectivas habitaciones.
-¿Qué opinas de este sitio? –Preguntó Albert pensativo mientras se metía en su cama.
-La verdad es que me dan escalofríos. Esto parece un maldito pueblo Amish. No sabía que por esta zona hubiera gente tan devota. –Respondí fríamente.
-Creo que el apocalipsis nos ha cambiado un poco a todos. Tal vez Dios sea el último refugio de la raza humana.
-Pues si eso es lo mejor que le queda al mundo, será mejor que nos den por el culo a todos.
-¡Amén hermano! – Exclamó Albert en tono de burla.
-Por cierto me ha sorprendido gratamente tu bendición en la mesa.
-He improvisado, como en las películas.
- ¿Y lo del parque de atracciones? ¿Crees que debe haber zombis dentro?
-La verdad es que yo por si acaso no pienso entr… (Pasos y ruidos detrás de la puerta) ¿Has oído eso?
-Sí, voy a mirar.
Me levanté de la cama y me dirigí a la puerta con decisión, abrí súbitamente para sorprender a quien estuviera detrás, pero allí ya no había nadie.
-¿Y bien? –Preguntó Albert acobardado.
-Aquí no hay nadie, tal vez haya sido alguno de esos críos. Será mejor que intentemos dormir.

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